Por: Nicole Rocha, Esteban Urquejo y Gabriel Quezada
Estudiantes de Geografía, Escuela de Formación Territorial GEOUACh
En el contexto del paisaje urbano, constantemente surge la necesidad de expresar las demandas y necesidades por parte de la comunidad o determinados grupos sociales, siendo el espacio público un escenario ideal para graficar y plasmar aquellas expresiones, debido a su constante flujo vial. En este punto creemos que el arte callejero es el emblema de las comunidades, ya que de una manera artística los pobladores producen diversas formas de expresión organizadas, colectivas o comunitarias, que plasman de diversas formas y técnicas, las quejas y demandas de un determinado territorio frente a la administración estatal, y sus lógicas para ejercer su poder.
Dentro de las múltiples expresiones callejeras que existen, hay una forma de discurso que es la expresión gráfica plasmada en los muros; los murales. Según Castellano (2017, p.3) “El muralismo como tal está integrado en la perspectiva del arte público, el cual está orientado a construir, resignificar la identidad y preservar la memoria de los territorios, con un esfuerzo colaborativo’’.
Considerando lo anterior, ¿qué entenderemos entonces por un mural? Creemos que el mural no solo se limita a la representación de un diseño planificado colaborativamente sobre un muro, sino también, es una intervención colectiva no planificada en las paredes del paisaje urbano, donde frecuentemente existen intervenciones individuales espontáneas “carentes de técnica” (graffiti), las cuales forjan un diseño de expresión artística con una armonía política determinada sobre una infraestructura. También, entendemos que el muralismo es una actividad que permite a los participantes transformarse en agentes sociales y políticos activos sobre los espacios que habitan, plasmando sus demandas sociales para generar herramientas de resistencia y conciencia frente a la comunidad.
El muralismo es una praxis político-estética, donde ‘‘uno de sus principales fundamentos es su discurso didáctico y subversivo, como señala Castellanos (2017), la obra artística debe responder primordialmente a las necesidades sociales, identitarias y políticas”. Y tal vez lo más importante, responder a la contrainformación de los territorios, a diferencia de las que son puramente estéticas, carentes de contenido, “apolíticas”, que tanto les gustan a los grupos hegemónicos.
Esta relación que hay entre quienes habitan los espacios y quienes pretenden administrarlo genera una disputa en el espacio urbano. Creemos que el muralismo actúa como un discurso de rebeldía y resistencia dentro del espacio público ya que va en contra de los lineamientos de la propiedad privada y la ideología capitalista. El espacio en el que se sitúe un mural, automáticamente será tomado por los receptores como un mensaje de identidad visual de los territorios. De esta manera surgen grupos que se caracterizan por tener un mayor entusiasmo, organización, potencia y una intervención planificada, en el que los pobladores se vuelven parte de un colectivo que pinta paredes de forma ilegal. Allí se expresa una ideología política determinada frente a las barreras del neoliberalismo, mediante el denominado: muralismo militante.
Llegados a este punto nos convoca analizar la relación que tiene la disciplina geográfica y el arte callejero y en su defecto el muralismo como tal. En este contexto, existe una fuerte relación de la disciplina geográfica con el arte del muralismo, ya que el campo de estudio de la geografía analiza el espacio geográfico y sus dinámicas en los territorios. En este sentido los murales son parte de la resistencia, la apropiación de los espacios y de un tiempo específico de un territorio, por lo cual, mediante sus expresiones artísticas comprenderemos la identidad y luchas de tiempos pasados y/o actuales que viven las comunidades. Cabe señalar que el muralismo trasciende el espacio geográfico, pues a través de la dimensión temporal, las ideas se mantienen vigentes si el mural no es borrado o reivindicado, por lo demás se plasma una identidad en las generaciones futuras de la zona.
Aludiendo a la misma dimensión temporal, el año pasado en el contexto de la revuelta social del 18 de octubre de 2019, se plasmaron en muchas paredes lo que fue el inicio de un cambio trascendental tanto en la historia como en la memoria colectiva de todo un país. Durante este período se potencia la gran importancia del arte callejero, y su acción directa sobre el espacio urbano. Los distintos murales a lo largo de Chile expusieron las demandas sociales propias de sus territorios. Así fue el caso de La estación de metro Protectora de la infancia en L4, Puente alto, la cual fue tomada por los habitantes del sector, volviéndose el centro de muchas convocatorias de lucha periférica en Puente Alto. La apropiación de esta entidad público-privada se convirtió en foco de manifestaciones, en la que su principal forma de expresión fueron los mensajes plasmados en las paredes de la zona. Se practicó tanto el muralismo planificado (muralismo militante), como el muralismo no planificado (graffiti).
Fotografía por: Nicole Rocha.
Durante este proceso se acentuaron las territorialidades en los espacios públicos, pero, el Estado Chileno se dedicó a reivindicar el orden social de los mismos, blanqueando las paredes, borrando consignas y tapando los “gritos plasmados en los muros” de los pobladores. El gobierno por mucho tiempo ha marginado el muralismo, ya que generalmente se vincula a problemas de carácter social y socio ambiental, los cuales levantan una organización y lucha propia en cada territorio, alterando el orden social que impone el mismo gobierno.
Sin embargo, junto a las demás prácticas del arte callejero, se ha demostrado que la colaboración y la inclusión en el muralismo son esenciales para crear memoria, y como lo indica Castellano (2017), “es una manera muy efectiva para reivindicar el espacio público que pertenece a la gente que lo habita y lo circula”. Para concluir, el muralismo, siempre estará vigente como un medio de resistencia social contrahegemónico. Esto se debe a que es una actividad colectiva, donde se reflejan las inquietudes y propuestas de la población tal como lo es el muralismo planificado y/o espontáneo. Por lo demás será una herramienta que insertada en el espacio público generará diálogo y debate dentro de la comunidad.
REFERENCIAS
Castellano, P. (2017). Muralismo y resistencia en el espacio urbano. Revista de Estudios Urbanos y Ciencias Sociales, 7(1), 145-153. recuperado en: http://www2.ual.es/urbs/index.php/urbs/article/view/castellanos
Salcedo, A. (2005). América Latina: Arte y Territorio. Revista de Historia del Arte, 10-11, 133-140. recuperado en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1403938